por Armando Anaya
“Como cada semana volverá a transitar por caminos conocidos. Hará su largo andar una y otra vez como león enjaulado. Durante los 90 minutos trazará nuevamente con su paso nervioso senderos donde dejó marcadas huellas profundas de la contienda anterior; igual que antes se frenará de golpe, se pondrá de cuclillas, gritará órdenes con su verbo respetuoso y prolijo; volverá a vociferar una y otra vez para animar a sus pupilos, para reclamarles esfuerzo o para felicitarles. Aplaudirá , chiflará hasta el cansancio, hará un par de guiños y volverá a empezar de nuevo. Como siempre se abstraerá del entorno para dejar que su mente frenética elabore estrategias, soluciones y cambios”
Cada entrenador tiene su estilo. En cada curso de formación a los entrenadores les dicen cosas diferentes. Hay quien asegura que el entrenador que trabajó bien en la semana debe estar despreocupado a la hora de la competencia; nada más incierto si consideramos que esta afirmación aplica para los equipos profesionales donde el ruido, el stress del juego, las cámaras de televisión, la prensa y la hinchada hacen casi imposible comunicarse con los jugadores. Recuerdo la primera vez que bajé al césped del estadio Azteca y algo que me impresionó fue el ruido ensordecedor similar al de un panal de abejas. Estridente como pocas cosas: incómodo, molesto y a momentos imposible de conversar con alguien a medio metro de distancia. Así que gritarle a los jugadores profesionales en el marco de una cancha repleta, para que te escuchen y cambien de forma de juego, transmitan una indicación a los demás o simplemente avisarles sobre alguna posibilidad táctica es inservible.
Pero ¿qué sucede cuando el grito es en los niveles inferiores? ¿Por qué algunos capacitadotes lo ven tan mal? Sencillamente por arrogancia, desinformación o lo peor de todo: falta de seguridad en sí mismos. El entrenador formativo cuando grita simboliza muchas cosas: primero, que está vivo, que no está durmiendo y cruzado de brazos en la banca, que se encuentra atento y a la ayuda de su equipo para cualquier sorpresa. Segundo, que desea transmitir el espíritu de lucha a sus jugadores, tan indispensable cuando los encuentros se tornan disputados. Predica con el ejemplo, pues termina igual que ellos “empapado” de sudor de tanto moverse y hablar. Tercero, que está tan seguro de lo sabe y quiere con sus jugadores, que no tiene ningún problema en transmitirlo de manera abierta y sin interrupciones; maneja los fundamentos del juego a la perfección y cuando habla en la cancha amerita el respeto de propios y extraños.
Ahora bien, ¿tiene alguna consecuencia negativa para el niño jugador cuyo entrenador se la pasa gritando en todos los partidos? Desde luego que si. Sin embargo primero se deben hacer algunas puntualizaciones: si el profesor grita, grita y grita, siempre regaña y corrige al mismo jugador termina exhibiendo de más sus limitaciones y en vez de ayudarlo a aprender a colocarse en la cancha o hacer una mejor lectura táctica del juego, está minando su estado de ánimo poco a poco, hasta el momento en que no pueda hacer algo sin la anuencia de alguien; en suma, un entrenador que nada más le corrige gritándole a uno de sus jugadores, en vez de ayudarlo lo está discriminando y perjudicando.
Cuando el entrenador utiliza el grito para “despertar” el carácter de todos sus jugadores, para reforzar lo enseñado en los entrenamientos, para mostrarle que está con ellos o que lo que desea es que cada vez lo hagan mejor, entonces la verbalización como complemento formativo en las competiciones infantiles o juveniles es más que necesaria. Se convierte de esta forma en un arma letal a favor de quien la posee y una menor a quien no la tenga. Pero si estos gritos se convierten cada vez en amenazas más desconcertantes, en burlas para el adversario o en muestras de ira e impotencia, entonces los focos rojos del temperamento se han encendido.
Los supervisores de los entrenadores, los directivos e incluso los padres de familia con el paso de los juegos se darán cuenta los motivos de su gritar.
El alumno con el paso de los partidos recibirá menores instrucciones y se percatará que su comunicación durante el partido con su entrenador es cada semana de más de calidad que cantidad. Entonces, en este contexto y con este tipo de entrenador ¿cual deberá ser la actitud del alumno? Si no está acostumbrado a que los adultos le levanten la voz se tornará más injusto e inecesario el grito del entrenador. Pero si el niño es suficientemente receptivo aprenderá lo más importante: el grito del entrenador le ayudará a entender porqué pasan las cosas durante el juego, qué posibilidades hay para resolver los problemas tácticos de cada minuto y cómo hay que jugar cada instante del partido teniendo o no la posesión del balón.
Ahora, si tu eres de los niños que tienes un profesor que grita todo el partido no te preocupes, seguramente está tratando de impulsarte para que des tu máximo esfuerzo y logres cosas impensables para ti hasta ahora.
Grito positivo:
Motiva, alienta, advierte, enseña y ubica
Grito negativo:
Reclama, confunde, atemoriza, desanima
¿Cómo transformar un grito negativo en positivo? Hablando con los jugadores para que ellos de manera voluntaria externen la necesidad de ser ayudados o no durante los partidos. Crear un ambiente de humildad donde los jugadores reconozcan sus limitaciones y deseen trabajar para corregirlas y mientras tanto explotar sus virtudes.
“Como cada semana volverá a transitar por caminos conocidos. Hará su largo andar una y otra vez como león enjaulado. Durante los 90 minutos trazará nuevamente con su paso nervioso senderos donde dejó marcadas huellas profundas de la contienda anterior; igual que antes se frenará de golpe, se pondrá de cuclillas, gritará órdenes con su verbo respetuoso y prolijo; volverá a vociferar una y otra vez para animar a sus pupilos, para reclamarles esfuerzo o para felicitarles. Aplaudirá , chiflará hasta el cansancio, hará un par de guiños y volverá a empezar de nuevo. Como siempre se abstraerá del entorno para dejar que su mente frenética elabore estrategias, soluciones y cambios”
Cada entrenador tiene su estilo. En cada curso de formación a los entrenadores les dicen cosas diferentes. Hay quien asegura que el entrenador que trabajó bien en la semana debe estar despreocupado a la hora de la competencia; nada más incierto si consideramos que esta afirmación aplica para los equipos profesionales donde el ruido, el stress del juego, las cámaras de televisión, la prensa y la hinchada hacen casi imposible comunicarse con los jugadores. Recuerdo la primera vez que bajé al césped del estadio Azteca y algo que me impresionó fue el ruido ensordecedor similar al de un panal de abejas. Estridente como pocas cosas: incómodo, molesto y a momentos imposible de conversar con alguien a medio metro de distancia. Así que gritarle a los jugadores profesionales en el marco de una cancha repleta, para que te escuchen y cambien de forma de juego, transmitan una indicación a los demás o simplemente avisarles sobre alguna posibilidad táctica es inservible.
Pero ¿qué sucede cuando el grito es en los niveles inferiores? ¿Por qué algunos capacitadotes lo ven tan mal? Sencillamente por arrogancia, desinformación o lo peor de todo: falta de seguridad en sí mismos. El entrenador formativo cuando grita simboliza muchas cosas: primero, que está vivo, que no está durmiendo y cruzado de brazos en la banca, que se encuentra atento y a la ayuda de su equipo para cualquier sorpresa. Segundo, que desea transmitir el espíritu de lucha a sus jugadores, tan indispensable cuando los encuentros se tornan disputados. Predica con el ejemplo, pues termina igual que ellos “empapado” de sudor de tanto moverse y hablar. Tercero, que está tan seguro de lo sabe y quiere con sus jugadores, que no tiene ningún problema en transmitirlo de manera abierta y sin interrupciones; maneja los fundamentos del juego a la perfección y cuando habla en la cancha amerita el respeto de propios y extraños.
Ahora bien, ¿tiene alguna consecuencia negativa para el niño jugador cuyo entrenador se la pasa gritando en todos los partidos? Desde luego que si. Sin embargo primero se deben hacer algunas puntualizaciones: si el profesor grita, grita y grita, siempre regaña y corrige al mismo jugador termina exhibiendo de más sus limitaciones y en vez de ayudarlo a aprender a colocarse en la cancha o hacer una mejor lectura táctica del juego, está minando su estado de ánimo poco a poco, hasta el momento en que no pueda hacer algo sin la anuencia de alguien; en suma, un entrenador que nada más le corrige gritándole a uno de sus jugadores, en vez de ayudarlo lo está discriminando y perjudicando.
Cuando el entrenador utiliza el grito para “despertar” el carácter de todos sus jugadores, para reforzar lo enseñado en los entrenamientos, para mostrarle que está con ellos o que lo que desea es que cada vez lo hagan mejor, entonces la verbalización como complemento formativo en las competiciones infantiles o juveniles es más que necesaria. Se convierte de esta forma en un arma letal a favor de quien la posee y una menor a quien no la tenga. Pero si estos gritos se convierten cada vez en amenazas más desconcertantes, en burlas para el adversario o en muestras de ira e impotencia, entonces los focos rojos del temperamento se han encendido.
Los supervisores de los entrenadores, los directivos e incluso los padres de familia con el paso de los juegos se darán cuenta los motivos de su gritar.
El alumno con el paso de los partidos recibirá menores instrucciones y se percatará que su comunicación durante el partido con su entrenador es cada semana de más de calidad que cantidad. Entonces, en este contexto y con este tipo de entrenador ¿cual deberá ser la actitud del alumno? Si no está acostumbrado a que los adultos le levanten la voz se tornará más injusto e inecesario el grito del entrenador. Pero si el niño es suficientemente receptivo aprenderá lo más importante: el grito del entrenador le ayudará a entender porqué pasan las cosas durante el juego, qué posibilidades hay para resolver los problemas tácticos de cada minuto y cómo hay que jugar cada instante del partido teniendo o no la posesión del balón.
Ahora, si tu eres de los niños que tienes un profesor que grita todo el partido no te preocupes, seguramente está tratando de impulsarte para que des tu máximo esfuerzo y logres cosas impensables para ti hasta ahora.
Grito positivo:
Motiva, alienta, advierte, enseña y ubica
Grito negativo:
Reclama, confunde, atemoriza, desanima
¿Cómo transformar un grito negativo en positivo? Hablando con los jugadores para que ellos de manera voluntaria externen la necesidad de ser ayudados o no durante los partidos. Crear un ambiente de humildad donde los jugadores reconozcan sus limitaciones y deseen trabajar para corregirlas y mientras tanto explotar sus virtudes.