Por Armando Anaya
Hay personas que quizás no se han dado cuenta del valor que tiene para las comunidades, las colonias, los pueblos y los barrios el hecho de bautizar a sus equipos con nombres que sean representativos de sus costumbres, de la riqueza de sus recursos, de las cosas que los distinguen de los demás lugares y los hace únicos, eso es identidad.
Cuando a una escuela se le bautiza con los nombres de los animales que abundan en la región, con la flora que nace por allá o con los productos que se cosechan están contribuyendo para que los niños valoren lo que es de ellos y lo que será para las futuras generaciones: sus raíces.
Sin embargo muchos padres de familia prefieren inscribir a sus hijos en escuelas de fútbol con nombres rimbombantes, importados del extranjero o impuestos a la cultura y cosmovisión de aquel lugar y sienten que con ello ya son parte de aquella otra institución que tiene sus propios recursos simbólicos, su historia y su legado..
Es muy significativo encontrar nombres que no le copian a los equipos de primera, ni del extranjero: chileros, albos, ocesnos, picamoscos, meteoros, carpinteros, etc...